
Tras la encendida llama de fuego,
ocultos ecos de pecador,
pugnan por tu perdón.
Tras el silencio de mis oraciones,
benditos suspiros de añoranza,
acompañan a mi oración.
La fe que hay en mi grita,
es como un muro inquebrantable,
no sé como empezó a crecer,
pero si, claro que está ahí.
Noto esa esperanza haciendo latir mi corazón,
como me anima a respirar,
como me lanza a vivir.
No se llama fe lo que siento,
sino el correr de tu vida por la mía,
sangre tuya llevo en mis recuerdos,
sangre tuya transporto por mi cuerpo,
sangre mía corre por tu espíritu,
sangre nuestra es la que compartimos.
Aliento del pasado me alimenta,
todo se hace mágico a mi alrededor,
pero tengo que irme,
y abandonar este lugar sagrado,
he de marchar, pero ahora no quiero ir.
Implacable mi reloj grita y me lanza,
recorriendo esas calles de indiferencia,
en las que abunda el dolor,
pero no la compasión.
Un caminante se me acerca,
y pasa por mi lado, casi sin notarme,
ni siquiera mirándome,
la escena se me hizo eterna,
pero como dije antes, el tiempo apremia.
Pasaban las seis y tenía que llegar,
trabajo me aguardaba, papeles sin importancia,
pero de ellos comía, y de ellos vivía.
Una chica pasó por mi lado,
y la miré, ¡ cómo no iba a mirarla !
ya no eran ropas lo que llevaban,
sino hojas de tela sobre piel,
para que tanta complejidad,
si quieren llamar la atención,
que vayan desnudas,
es el progreso, o por lo menos,
es lo que todavía pienso yo.
Pero mi espíritu se incendiaba,
y no podía apagarlo,
no fue la chica lo que lo encendió,
sino aquel hombre que vi a ocasión.
Blanca faz de muerte le acompañaba,
pero avanzaba y avanzaba,
como si fuese un fantasma me observaba,
pero se apartó de mi camino,
acomodándose en su vacío,
¿ por qué me dio miedo ?
¿ qué pensaba me iba a hacer ?
la verdad se llama miedo,
y nuestra realidad dolor y muerte,
vivimos aterrorizados de nosotros mismos,
nos miramos como seres diferentes,
y nos exterminamos por los bienes.
Al infierno con todo, olvidé y deserté
huí de mi pensamiento,
y me trasladé a mi inútil cuerpo,
me centré en los pasos que daba y,
de vez en cuando miraba a los que me rodeaban,
todos eran sombras, no había humanidad,
no había sensibilidad, era el único ser vivo,
o me estaba volviendo loco.
Cuando llegué a mi oficina,
puse la mano en mi pecho,
y conseguí sentir el latido de mi corazón,
en la calle todo carecía de color,
sólo había movimientos,
sistemáticos y exactos,
¿ y es que no había ya amor ?,
¿ y es que nadie creía ya en Dios ?.
Trabajé durante el resto del día,
nada me interrumpía, no sonaba el teléfono,
y yo trabajando, solamente respiraba.
Me empecé a sentir como parte de un cuadro,
me empecé a sentir parte del progreso,
y lo peor es que no me sentía,
y lo peor es que no existía.
Salí de la maldita habitación,
presa del pánico de mi mismo,
y fue entonces cuando me quité la chaqueta,
y me lancé hacia la salida.
Allí fue presa mi camisa,
y al suelo fue a parar,
levanté mi vista al cielo, y pensé para mi:
no puedo respirar sin dejar de sudar,
no puedo comer sin dejar de trabajar,
Dios mío,
¿no puedo vivir sin dejar de amar?.
Pero donde está ese amor,
porque no te siento por mis venas,
es que para ser feliz sólo hay que creer en ti,
me da igual ser cristiano,
me da igual ser protestante,
me da igual ser anglicano,
pues lo único que quiero,
es vivir feliz.
Y en ese preciso momento de mi reflexión,
alguien me habló,
al principio no pude oír nada,
pero después bajé la vista y la vi.
Una pequeña joven había venido a despertarme,
y vaya si lo consiguió.
Me preguntó si estaba bien,
y fue cuando me invadió el intenso verdor de sus ojos,
el calor de su mano se extendía por mi brazo,
la simpatía de su cara acababa con mi imploro,
ella me daba vida,
ella me otorgaba sus caricias,
ella me daba y no recibía,
y sin decirle nada la abracé,
la abracé y la deseé,
tanto como a mi Dios,
tanto o más que a mi Salvador.
No se resistió al abrazo,
pero volvió a insistir en su pregunta,
le dije que no me pasaba nada,
pero todo gracias a ella.
Era frescor para mi alma,
norte y sur para tanta esperanza.
De inmediato la invité a cenar,
y aceptó con un poco de reparo.
Ella si que era humana,
ella si que no era estatua,
tenía color como las hadas,
tenía sonrisa que no vi en aquel día.
Sí, y ahora que lo pienso,
lo que tenía era vida,
lo que tenía era alegría.
Poseía lo que anhelaba,
y volaban mis pensamientos.
Me cogió por el brazo y me dijo: ¡ vamos !.
Dejé mi trabajo, abandoné a mi imagen,
desafié a mi Dios, y ese fue mi error,
porque me mantuvo vivo mientras esperaba,
me dio momentos de alegría cuando no los tenía,
me dio vida cuando ésta se me iba.
Y ahora no puedo decir otra cosa,
gracias por velar sobre mi cama,
gracias por habitar sobre mi casa,
gracias por correr por mis venas y arterias,
gracias por el amor que me demuestras,
mírame siempre con compasión,
mírame como siempre lo has hecho,
porque ahora si estoy seguro,
y es que me he dado cuenta,
de que siempre te exijo milagros,
y no reparo lo suficiente en lo que digo,
cuenta de que nos unen lazos irrompibles,
de que somos uña y carne,
de que soy humano, y tú mi valor
de que soy hijo tuyo, y tú mi salvador.